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Orquesta Iberoamericana de Viena: comunidad artística en el extranjero

10 de diciembre de 2024 | Gestión cultural

En el año 2017, en pleno corazón de Viena, la ciudad donde la música clásica parece respirar en cada esquina, nació la Orquesta Iberoamericana de Viena.

Este proyecto, impulsado por Fernando Zonda, Felipe Medina y por mí, no fue solo una iniciativa artística; fue una respuesta a una necesidad humana: construir comunidad a través de la música.

Más que una orquesta, fue un refugio, un espacio para el encuentro, la identidad y la esperanza.

Pero, ¿qué significa realmente construir algo así lejos de casa? ¿Qué le da sentido a una orquesta más allá del escenario? Estas preguntas, en apariencia sencillas, marcaron el camino y definieron el propósito de un proyecto que dejó huella en muchos de nosotros.

El arte como reflejo y transformación

La música, especialmente en un contexto de migración, es más que un lenguaje universal: es un ancla emocional.

En la Orquesta Iberoamericana de Viena, cada obra que interpretábamos –desde Villa-Lobos hasta Piazzolla– no era solo una interpretación, sino un recordatorio de nuestras raíces. Las partituras se convirtieron en mapas culturales, puntos de encuentro entre el pasado y el presente.

En una ciudad como Viena, donde la música clásica está profundamente arraigada en la tradición europea, incorporar un repertorio de compositores iberoamericanos fue tanto un acto de reivindicación como una invitación al diálogo.

A través de estas obras, no solo compartíamos nuestra cultura con el público vienés, sino que también reconocíamos y celebrábamos nuestras propias historias como músicos lejos de casa.

Una comunidad que trascendía el escenario

En retrospectiva, los conciertos fueron solo la punta del iceberg. Lo que realmente definió a la Orquesta Iberoamericana de Viena fue el espíritu de comunidad que floreció entre sus miembros.

Cada músico que pasaba por nuestras filas había llegado a Viena con sueños, incertidumbres y un equipaje emocional que compartíamos, aunque nuestras historias fueran diferentes.

Había algo profundamente humano en lo que logramos: la orquesta no era solo un espacio de ensayo y conciertos, sino una red de apoyo emocional y profesional.

Nos ayudábamos mutuamente a adaptarnos a una ciudad exigente y competitiva, compartíamos contactos, consejos y palabras de aliento. Esa red de confianza y camaradería fue tanto o más valiosa que cualquier logro artístico.

Muchos músicos, que en algún momento se sintieron perdidos al llegar a Viena, encontraron en la orquesta una razón para seguir adelante, un lugar donde volverse a sentir útiles y valorados.

Este aspecto es el que más me enorgullece, porque la música dejó de ser solo un arte y se convirtió en una herramienta para reconstruir vidas.

El apoyo de las embajadas: diplomacia cultural en acción

El respaldo de las 22 embajadas iberoamericanas en Viena fue fundamental para consolidar el proyecto. No solo nos ofrecieron financiación y espacios, sino también visibilidad y legitimidad.

Este tipo de colaboración refleja el potencial transformador de la diplomacia cultural, que va mucho más allá de la promoción artística: se trata de conectar personas, romper barreras y fortalecer vínculos entre países.

Para las embajadas, la orquesta era un reflejo de su compromiso con las comunidades iberoamericanas en el extranjero.

Para nosotros, fue un reconocimiento al valor de nuestra cultura y un recordatorio de que, aunque estemos lejos de casa, nuestras raíces siguen vivas y tienen un lugar en el mundo.

Reflexiones sobre el poder transformador de la música

Uno de los aprendizajes más profundos que me dejó esta experiencia fue el entendimiento de la música como una fuerza transformadora. En el ámbito académico, la sociología del arte habla del arte como un fenómeno colectivo que tiene el poder de construir significados compartidos.

En la Orquesta Iberoamericana de Viena, esto se vivió de forma tangible. La música no solo era el objetivo, sino el medio para generar impacto en las vidas de las personas.

Crear una comunidad artística en el extranjero es un reto, pero también una oportunidad única. Requiere entender que los músicos, antes que artistas, son personas que necesitan pertenecer, sentirse reconocidas y encontrar un propósito.

La música, en este contexto, es un vehículo para superar el aislamiento, la nostalgia y las barreras culturales.

En muchos sentidos, la orquesta se convirtió en un ejemplo de resiliencia colectiva. Cada ensayo y cada concierto eran actos de resistencia cultural, momentos en los que decíamos: “Estamos aquí, y nuestra voz importa”.

Un legado más allá de la música

Hoy, al reflexionar sobre la Orquesta Iberoamericana de Viena, pienso que su mayor éxito no estuvo en los conciertos que organizamos ni en los espacios que ocupamos. Estuvo en el impacto que tuvo en las vidas de sus músicos, en cómo ayudó a muchos de ellos a reconstruir sus sueños y a establecerse en Viena.

La orquesta fue una herramienta para empezar de nuevo, para reencontrarse con la pasión por la música y, sobre todo, para recordar que no estaban solos.

Para mí, como gestora cultural, este proyecto marcó un antes y un después. Aprendí que los proyectos culturales más significativos son aquellos que entienden el arte como una experiencia profundamente humana.

No se trata solo de hacer música, sino de construir puentes, abrir puertas y ofrecer oportunidades.

Reflexión: Música que deja huella

La Orquesta Iberoamericana de Viena no fue solo una orquesta; fue un testimonio del poder transformador de la música y la comunidad. Fue una demostración de que el arte puede cambiar vidas, fortalecer identidades y tender la mano a quienes más lo necesitan. Aunque los proyectos culturales pueden tener un inicio y un fin, el impacto que generan en las personas perdura. Y eso, al final, es lo que realmente importa.

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